la
última nota de la tarde
pulsa
la cuerda de la nocturnidad.
en
escalas bajas de bemoles inaudibles
se
muere el día,
agoniza
en impredecibles sinfonías
de
colores trashumantes.
el
índigo y etéreo ojo universal
lo
ve retorcerse
altivo
y mudo,
envuelto
en
la cabal conciencia de sí mismo
se
funden el horizonte
hasta
donde los ojos alcancen
el
diurno realismo,
las
leyes cotidianas.
las
horas muertas sobre escritorios bursátiles,
las
oficinas.
el
lápiz labial de las mujeres sin tiempo.
el
ridículo devenir de lo correcto
zigzaguea
al filo del crepúsculo
la
ciudad se cubre de aspartamo,
las
secretarias abandonan sus zapatos.
al
borde de la noche
se
mueren las mariposas.
muelles
desiertos aguardan náufragos
que
traen secretos
del
mundo del desvelo
des
velando
velos
corridos
sobre
las pupilas
del
alba
las
orillas laten el pulsar de los relojes,
bailan
muñecos mecánicos
al
otro lado de los espejos.
el
televisor
devuelve
rayas sin sentido.
humedando
la quimera
centellea
la neblina.
los
abrazos olvidados
añejean
sin sustento
en
detenidos espejismos.
enmudecen
las sirenas,
de
una almohada de gemidos
vuelan
plumas y mareas.
en
nuestra cama entablamos diálogos secretos
y
nos besamos sin que nuestras psiquis lo prevean
somos
humanoides del ensueño
que
olvidaron la luz
de
la estrella primera