la noche estrenaba
su tímido ensayo de invierno
el ocaso partido
filo de una luna de mercurio
atardeceres navajas
recortaban chimeneas lejanas
la estación
del andén que silbaba su lamento
el viento rendido
de las arterias citadinas
pulsando allí nosotros
testigos del milagro de los días
envueltos en nosotros mismos
vibrándonos, siéndonos
pensando sin pensar
en que no necesitamos hablar para estar en el otro
fue cuando supe que todos caminan
de a uno con uno
uno más uno que nunca se tocan
pero nosotros no
nos veo mirar, nos veo sentirnos
nos siento mirarnos
y ya no puedo acordarme
de como era yo
antes de tus manos
calentándose en mi cara
(la epifanía cotidiana es verte amanecerme)
No hay comentarios:
Publicar un comentario