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lunes, 7 de septiembre de 2015

Del quehacer de los días


08:59 amanecer envuelta en tus ojos. Oirte ir, venir, venir, venir, arrullarme, despertarme enredada en tu mirarme, el más bello de los mundos descubiertos

09:37 danza del ritual matutino. Tu sonrisa, mis ojos japoneses. Mate, mañana. El comienzo del juego del azar

11:42 un lápiz, Mark Twain, Borges y la eternidad. El gato reposa y al instante me regala la silueta de su espalda. Gime. Él y la alfombra son un todo cromático mullido. Hierve el agua.
Hablamos de mil maneras.
Salgo al balcón: el nuevo color del cielo.

11:49 no sé si es la vida que me inspira o si yo inspiro a la vida a que pase. Entro del balcón. Hace frío. Cierro la puerta. Los colectivos desaparecen. Té con limón y miel que inunda el aire. Suspender el tiempo es poder pintarlo de un color y atraparlo en las entrañas de lo sensible.

13:46 le pongo pila a un reloj pero se para, se para, se para, se repite un segundo y vuelve atrás. Son las 13:46 innumerables veces, innumerables veces. ¿Cuantos universos estoy abriendo en este instante?

13:52 te cuento de este poema. No está acabado porque tiene que ver con el tiempo. Acaso nunca lo esté, acaso lo estaba antes de empezarlo.

13:56 le pongo pilas a otro reloj. Funciona, pero su ruido molesta. Araña la quietud que flota en el aire, la rasguña como el mediodía cortó al medio el mundo y todo siguió igual. Se las saco. ¿Para qué saber la hora si desde acá veo el cielo?

14:10 Vuelvo al balcón, me asomo al abismo. Estamos más cerca del cielo que del suelo, pero eso no es nuevo. Me detengo a contar los pasos a cebra, desde acá veo diez. La avenida recortada por intermitentes senderos que llevan a mundos particulares. Yo misma los cruzo y no sé bien de qué lado del planeta me dejan.

La tierra de las plantas está húmeda. Más allá, abajo, un policía cobra una multa. Son inaudibles sus palabras pero inconfundibles sus gestos. No me interesan.
Entro. Detrás mío lo hace el gato. Con nosotros, queda fuera la ciudad., de nuevo, refugiados en lo íntimo de las palabras y las cosas.

16:49 la tarde transcurre entre calma y metáfora, entre lo terrenal y lo sublime. Una nube espesa y azul amenaza con regar los balcones y vaciar de peatones los pasos a cebra. Será bueno ver el remolino arrebatado de gente corriendo desorbitada al primer chaparrón, pienso, y una maléfica sorna se apodera de mi situación de privilegio bajo el techo de la luna y aprovisionada de un gato y de té con limón. Pero no llueve aún. Deberías estar acá para que pueda empezar a llover con toda su resonancia cósmica y furibunda.

16:57 Paro de escribir, se oye un reloj tictaquear y tardo en reconocerlo. Empezó a latir en Sevilla, cuando pedí que le quiten el precinto. Me apena detenerlo, hacerlo sería cortar un mundo que ya se abrió. Un mundo que empezó una tarde de verano cuando aquí era invierno. Hay que ver a donde conduce esa atemporalidad, tal vez el botón del mundo resida justamente en la unión de esa pila con ese reloj. Un aleph es posible y tal vez está en ese objeto acumulador de tiempo colorado que tiembla con acento andaluz.

17:12 Llegás, suena el timbre, se cae una mariposa. Me besás otra vez desde la mañana, tengo ausencia de risas y besos y eso es porque no estuviste.
Lo que vendrá ahora será un deambular entre calles con adoquines o entre veredas que suben y bajan y suben y vuelven a bajar, será encontrar el atardecer perdido en algún recoveco del barrio chino o bajando como niños por las barrancas adormiladas, quien sabe. Llegará el atardecer y ya no me va a importar contarlo, porque ahí es cuando el tiempo se hace de plastilina y los minutos son gotas de rocío que no pesan por sobre nuestras espaldas ni por sobre nuestros pasados.
Me besás, decía, nos miramos, y sabemos sin más preámbulos que eso es el tiempo.  


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