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viernes, 10 de abril de 2015

del por qué (cuasi despedida) por Juan Martín y Ludmila




Estamos atravesados por un fuego que nos urge, que nos ruge, por un fuego que es muchos fuegos, por un fuego que vuela por sobre nuestras cabezas y nos alza como globos aerostáticos y estéticos, aéreos y táctiles, fácticos e irreales, como altazores del rugido primero y de la estrella lejana que aún vemos brillar.

El mundo nos pulsa el corazón, nos lo exprime, nos explota en las entrañas y en los pulmones. La juventud nos brota por los ojos. 

Sabemos que son estos días donde el alma más sabiamente registra lo que nuestra verdadera vida es. Ergo, la trama brillante atrapa a los corazones. Cuando dos corazones sienten lo mismo, los cuerpos solo deben preocuparse -es un punto de vista- por disfrutar cada pequeña tontería de cada rincón del planeta. Sabemos que nuestras almas hasta el fin de los tiempos (el principio) transportarán el retumbo de nuestras risas y charlas. Y que si reímos fuerte caerá sobre las ciudades y los ríos y que si no, si dejamos apretujada nuestra risa será devorada por la mismísima creación, a la cual pensamos mirar de reojo todos los días y recordarle que sus padres están locos. Sabemos que el mundo se abre en océanos, campos, ciudades, rutas, calles, pasajes y hasta en calles a la nada. Noches con luces de rayos o de faroles, alcohol artesanal, terminales y amor. Sabemos que en un agujero o en una nube somos nosotros, riéndolos de la crapulencia y el silencio y aún descubriendo nuestras caras. Asombrándonos de eso, qué mejor. Sabemos que el escenario estalla tras nuestro contorno incandescentemente, sea cual sea.
               
Lo más importante es que sabemos lo que queremos.

Queremos tomar café con Cervantes y emborracharnos con Rimbaud. Queremos ver el mundo con los ojos de Van Gogh, Queremos tocar el cielo estrellado de muchos hoteles sin memoria. Escuchar el eco de Lennon llegando a su casa del colegio, o ver la sombra de Jesús y la del viento en Barcelona. Queremos llevarnos mutuamente de la mano y fumar de la pipa de Magritte. Escuchar en el cielo los rugidos de una guerra milenaria. Queremos ver de cerca a la tour Eiffel para tocar las nubes desde la punta. Cruzar Venecia con el alma en el agua. Queremos ser lo que hacemos y hacer lo que somos, queremos escribir, vender formas de colores desde la vereda, cantar para las aves y los transeúntes lejanos. Queremos mirarnos a los ojos las veinticuatro horas del día, queremos tenernos y tocarnos y perdernos en laberintos con salida. Queremos vivirnos, mientras vemos pasar el tiempo y eternizarse a la vida. 

Dicen que estos no son tiempos para soñadores, nosotros creemos que quien lo dice toma pastillas para dormir.
 ¿Hasta dónde llegan tus huellas? ¿Tu alma? ¿Tu vida?

Las baldosas del tiempo se cansaron de ver relojes de arena girar una y otra vez. Para comenzar un camino, hace falta dar un paso. Nos tenemos a nosotros, y tenemos al mundo en la unión de nuestras bocas.

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